La "Otra" Mansión de Invierno

Según parece, fue la atmósfera de aquella propuesta prehistórica de barrio cerrado la que vulgarizó aquello de "Perla del Paraná", para Empedrado, y "Perla del Atlántico" para la "Ciudad Feliz", y en nuestro mundo digital le da pantalla a aquella "Mansión", aunque sería más exacto seguir refiriéndola como "Ciudad de Invierno", presentándola como un fallido intento de crear un Mónaco que habría contado con el primer Montecarlo sudamericano. Como sea, es evidente que hoy por hoy, de Empedrado, lo que cuenta en el mundo, lo que el orbe conoce, son aquellas ruinas y su leyenda. El proceso histórico a tener en cuenta puede reseñarse recordando que en 1911, después de que el italiano Demarchi logra una Ley para alzar una ciudad de invierno, con 35 años libres de todo gravamen, pudiendo transferirla; ipso facto, la traspasa y hace mutis por el foro, dejando lugar a una Sociedad anónima que gira como "Ciudad de Invierno", donde reconocemos apellidos como Anchorena, Luroà Avellaneda. De los 65 accionistas, también puede decantarse un verdadero quien es quien de "lo más selecto de la sociedad porteña", como dijo nada menos que Vicente Blasco Ibáñez, publicando la lista en 1912. Los 110 compradores de lotes y chacras, en los mejores lugares de la fallida "ciudad", son también un verdadero muestrario de la "aristocracia" del puerto. Hasta los profesionales responsables de mensuras y paisajismo, como Valentín Virasoro y Carlos Tahys, el gobernador Vidal, el socialista Nicolás Repetto; en fin, la créme de la créme, todos adquieren lotes y se comprometen a edificar un chalet en cada uno. De 165 compradores analizados, 55 llevan apellidos que aún resuenan.

Como quiera que sea, la realidad es que no se alza un sólo muro ni se calza una sola techumbre en esa "ciudad", imaginada para abarcar 158 manzanas, 197 quintas y 24 chacras, concéntricas al Hotel, en una superficie de 3.000 hectáreas. Pero -entre 1910 y 1914-, sólo se edifica lo que hoy calificaríamos como el módulo de venta, la "Mansión", con muelle, ferrocarril, casino, confitería, teatro, usina, agua corriente, escuela y seguridad (un edificio policial y otro para la prefectura). El Hotel, el corazón del emprendimiento, llega a ser una estructura de cuatro pisos y dos subsuelos, conectado por un lujoso pasillo ornado de vitraux al casino, cuya sala mayor remata en una cúpula de bronce y se alumbra con una araña de 312 brazos de luces, que la leyenda urbana afirma se halla en el Casino de Mar del Plata. Muebles de París, cristalería de Murano, porcelana de Florencia, alfombras y gobelinos. Un gerente y un maitre de París, un chef del Carlton londinense.

Todo alzado con ladrillos quemados en las cortadas empedradeñas de Canario Cue, por pobladores que, apegados a sus tradiciones seculares, se mantienen al margen, salvo alguna mano de obra o comercio de coyuntura. El pueblo, al parecer, no tiene arte ni parte en la corta vida del emprendimiento, efímera, porque aunque la velada inaugural, el 29 de junio de 1914, es de un lujo modelo emirates, con buques, yates y embarcaciones de toda laya, e invitados que llegan por sus propios medios, o transportados por agua, o sobre rieles, dos insólitos Mercedes Benz, los primeros automóviles en el sitio, un menú aladinesco -por cierto transatlántico-, y la orquesta del célebre Enea Verardini Prendiparte como pendant. En menos de tres meses se acabó todo, y la "Mansión" cierra sus puertas. Queda un mastodonte abandonado, una pirámide de Tikal que pasa por diversos estadíos sucesivos de deterioro, aunque los "mass media", durante años siguen imprimiendo fotos y escribiendo textos en los que la apariencia externa vela la ruina interna. En 1917, la sociedad anónima dona al gobierno correntino 336 hectáreas que abarcan lo medular del extinto emprendimiento. En 1922, son puestas en venta la mansión y los miles de hectáreas restantes, y los adquiere un médico mercedeño, Ercilio Rodríguez, residente en la Capital Federal. También se remata el amoblamiento francés, la cristalería de Murano y la porcelana florentina. A tenor de la leyenda urbana, mucho del equipamiento, habría terminado en el Hotel Bristol, de Mar del Plata. La decadencia se prolonga, en definitiva, hasta que, como dijimos, en 1943 cae la piqueta. La gran pregunta pendiente es ¿qué pasó? ¿por qué no quedó otra huella viva de todo aquello que no fuera la mamá de Repetto pasando sus últimos inviernos en el chalet que él le compró en Empedrado pueblo? Archivando las hipótesis trilladas, planteo una nueva propuesta: Durante la fiebre del Centenario, existió por la misma época y con destino análogo, otro emprendimiento semejante: El "Real de San Carlos", "Otra" Mansión de Invierno, que Nicolás Mihanovich, el hijo del armador naviero de igual nombre, intentó alzar en el Uruguay, en proximidades de la antigua Colonia de Sacramento. Mihanovich quería organizar "un centro turístico de verdadero abolengo", buscando estar a la altura de su padre, el armador más importante de la historia sudamericana, que hacia 1909 ya era dueño de 256 barcos. El "Real de San Carlos (...) estaba constituido, entre otras cosas, por un hotel-casino con todas las comodidades, un frontón para el juego de pelota, una plaza de toros con capacidad para 8.000 espectadores y otras atracciones". "Unido al puerto de Colonia por un ferrocarril ‘decauville‘, la instalación àrequirió un nuevo muelle de 300 metros de largo, capaz de atender simultáneamente hasta seis vapores de los de entonces. Las obras del puerto fueron inauguradas el 9 de enero de 1909, mientras que el Real fue habilitado un año después, para la temporada veraniega del Centenario".

"...Las cosas comenzaron de forma prometedora, pero enseguida el gobierno uruguayo prohibió las corridas de toros y el gobierno argentino puso un pesadísimo gravamen a todo barco que atracara en puertos donde existieran centros de juego. De manera que el hotel se quedó sin jugadores y, sin aficionados taurinos, à Hubo apenas 8 corridas, todas en 1910". Como la "Mansión de Invierno", el "Real" funcionó un corto tiempo y al fin cerró, todo el proyecto se derrumbó, y Nicolás Mihanovich perdió su patrimonio. No obstante, se fue a vivir a Londres, y desde aquella ciudad condujo la empresa familiar, hasta que, al estallar la Primera Guerra, su padre comenzó a pensar en vender. Nicolás padre, que tenía de larga data el monopolio de la navegación en el río Paraná, había disputado exitosamente el río Uruguay con Ribes, otro armador, quedándose con el control total de ambos cursos de agua para la época en que el Real de San Carlos y la Mansión de Invierno vieron la luz. De haber conseguido instalarse no uno, sino dos florecientes casinos con urbanizaciones anexas, el beneficio de transportar a los turistas y jugadores hubiera sido ingente. Realmente un verdadero Montecarlo sudamericano. El impuesto argentino mató en germen la navegación lúdica en sus propias fuentes. De los toros no digo nada, porque, entre nosotros, habían sido prohibidos mucho antes. Así, como escribe Soledad Gil, "El defecto fundamental del Real de San Carlos (...) fue el de haberse adelantado a su época", creo que lo mismo cabe hipotetizar para la Mansión de Invierno, con algunos elementos que restaría historiar, pero que dan pie para comenzar a interpretar el corrimiento posterior de la idea, y su asentamiento (y éxito) definitivo en Mar del Plata.
