Un asesinato del siglo XVIII, la muerte de Bernardo de Casajús (I)

A mediados del siglo XVIII, las coronas de España y Portugal habían ajustado uno de los típicos acuerdos que ponían de manifiesto la decadencia hispana, quizás el más absurdo de todos ellos: el tristemente célebre "Tratado de Permuta", por el cual España, a cambio de algo que de derecho ya era suyo -la malhadada "Colonia" del Sacramento-, resignaba a manos de los portugueses un extenso territorio contenido entre los ríos Uruguay e Ibicuy. En ese ámbito geográfico, estaban asentadas siete reducciones que poblaban cerca de treinta mil guaraníes. Para delimitar el territorio sujeto a la entrega, previa demarcación, una comisión mixta definiría la nueva frontera entre ambos Estados. Los acontecimientos posteriores en torno a esos siete pueblos, algo fantástica y muy deshonestamente, los hizo patrimonio del gran público "La Misión", la película en la cual con el desgarrador fondo musical de Ennio Morricone, varios grandes actores; Robert de Niro, Jeremy Irons y Liam Neeson, entre otros, resucitan buena parte de la leyenda negra, en la que los "malos", cazadores de esclavos y asesinos de indios son los españoles, precisamente lo contrario de la verdad histórica, como que aquellos guaraníes hacía un siglo que batallaban contra los "mamelucos", depredadores infames que la historia brasileña exalta como "paulistas" (porque su guarida era San Pablo), o "bandeirantes" por las características de su recluta y la forma de operar de sus mesnadas en las "malocas" a la caza de sus víctimas. A estos piratas terrestres, Brasil atribuye en gran medida su proceso de expansión territorial. La historia no termina allí sin embargo, porque los avatares en torno a la "colonia", verdadero "shopping" del contrabando rioplatense, en el que los malos súbditos españoles de Buenos Aires (mayoría absoluta), estaban a partir un piñón con los buenos "servidores da coroa" lusitanos y sus "english suppliers" (proveedores ingleses), deflagra su capítulo definitivo en 1801, cuando Correia da Cámara, con tropas portuguesas y bandeirantes "legalizados" con "patentes de corso", como Maneco Pedroso y Borges do Canto a través de una guerra no declarada, arrasan las posesiones españolas al Este del río Uruguay. El después, se dará en época de Artigas, con la lucha sin cuartel entre el coronel Andresito Guacurarí "Artiginhas", y el brigadier Francisco das Chagas Santos. La voracidad, el cinismo y las ambiciones portuguesas, aliadas a la corrupción ibérica y la de sus herederos "patriotas", por cierto no menos cortos de miras, se impusieron definitivamente a los que durante tanto tiempo habían defendido su propio suelo y quizás sin saberlo, como si también fueran propios, al hacerlo custodiaran aún contra su ceguera, los intereses geopolíticos más profundos de España y de la América Española en el Río de la Plata.

Hoy, muchos de nosotros veranean allende el río Uruguay, sin dedicar un segundo a reflexionar que alguna vez esos territorios fueron legítimamente de nuestra propia cultura, despojada de ellos a través de una violencia sistemática, varias veces extrema, que se prolongó mucho más de medio siglo. Entre 1754, cuando en los hechos comienza la Guerra Guaranítica, y 1819, cuando Andresito cae prisionero en Itá Curubí. En ese tren, Corrientes, paradójicamente, es de fronteras adentro objeto de imaginativos planteos territoriales desde ámbitos geográficos que sólo adquirieron entidad política a mediados del siglo XX pero que, a la inversa, con su silencio y notorias anuencias, desnudan haber resignado definitivamente a manos del Brasil hasta el espíritu de aquellas luchas desesperadas, aunque, asombrosamente, reclamen a los personajes que las batallaron como figuras heroicas para su propio panteón. Algo así como pretender la pulpa obviando la existencia del hueso..., o a la inversa. No importa, creo que el mejor modo de ejemplificarlo que digo es recordar lo sucedido con el monumento a Andresito existente en Santo Tomé, obra por cierto de una de tantas intervenciones a la provincia, en este caso la cordobesa, seducida por "la historia oficial" imperante entonces. Para hacerla corta, es fama que el monumento fue erigido, desde luego, con el brazo apuntado hacia San Borja, infiero que en memoria de la proclama del guerrero guaraní a los sanborjenses que, pese a no cosechar otros frutos que a Tiraparé y los suyos, se hiciera legendaria. Desde luego que los "irmaos" protestaron, y entonces, muy a tono con los valores "regionales", y "políticamente correctos", la habrían virado para que apuntase en otra dirección. Como quiera que sea, tan dilatado introito pretende brindar, subjetivamente, una visual del proceso histórico en que se encuadra la participación de los correntinos en la Guerra Guaranítica, y dentro de aquella, lo que considero que quizás haya sido el momento cenital para la ciudad, el asesinato por los guaraníes yapeyuanos de Bernardo de Casajús, un regidor que marchara bajo las órdenes del Teniente de Gobernador, Justicia Mayor y Capitán a Guerra de la ciudad, el Maestre de Campo Nicolás Patrón, a incorporarse formando parte del Tercio correntino, a las fuerzas de milicias convocadas por "Joseph de Andonaegui, Mariscal de Campo de los Reales ejércitos de su Majestad y Capitán General de estas Provincias del Río de la Plata".

El tercio correntino, unos 200 hombres, según los documentos obrantes en el archivo general de la provincia, a fines de diciembre de 1753 se encuentra en Santa Lucía, desde donde abre su marcha bajo el mando de Nicolás Patrón, "para que le ordenen lo que fuere", con rumbo al Rincón de las Gallinas (sobre la confluencia del Arroyo Negro con el río Uruguay, hoy conocido como "Rincón de Haedo" en proximidades de Fray Bentos), en el que Andonaegui está reuniendo el millar largo de blandengues (algo parecido a un cuerpo de gendarmería creado por él) y de milicianos correntinos y santafesinos. Desde allí, mucho después, operada la concentración de los efectivos, en 1754, se inician las acciones maniobrando sobre Yapeyú, aunque la época no es propicia para los desplazamientos, entre otras razones por el frío, las precipitaciones y las heladas estacionales, la falta de pasturas para el ganado y los desbordes de los cursos de agua. A fines de junio de ese año, en el Cabildo de Corrientes se da lectura a una orden de Andonaegui asentando que Nicolás Patrón "pasó a este campamento con gente para acompañar mi marcha a los siete Pueblos de misiones en el margen de la ribera oriental del río Uruguay", y por eso designa a Joseph de Acosta como su "lugarteniente interino" en Corrientes "hasta el tiempo de la restitución del citado Don Nicolás Patrón". A principios del mes de julio la fuerza represiva alcanza el río Dayman, desde donde Andonaegui envía al cura de Yapeyú un "requerimiento" por medio de Bernardo de Casajús, Regidor Decano de la ciudad de Corrientes que, como se dijo, integra el tercio de la ciudad. Y este hecho histórico es algo más que tiene para entregarnos el mes que finaliza, porque el 17 de agosto de 1754, Bernardo de Casajús, con cinco hombres que lo acompañan, entra en contacto con la vanguardia de los guaraníes misioneros en el puesto de San Pedro, sobre el río Miriñay, en la jurisdicción yapeyuana. El incidente que entonces se genera y deriva en su muerte, será analizado en detalle en mi próxima nota, como así también la relación con los correntinos anudada por Andonaegui en su vivac del Dayman, que sería de capital importancia unos años más tarde, cuando se ordenase la expulsión de los Jesuitas.