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Héroe de ayer, de hoy… de siempre.

De suyo que cumpliéndose ayer 17 de agosto un aniversario más del fallecimiento de San Martín, he creído indispensable dejar para ediciones posteriores rematar la nota sobre el Paso de Cuevas, rindiendo honores a quien, como tantos argentinos, me honro en llamar "Padre de la Patria".
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Una devoción que quizás hoy más que nunca se justifica no ya por ciudadana ni patriótica, sino por necesaria, imprescindible, como que los vientos que parecen soplar en esta asendereada república nuestra, como demasiadas veces en nuestro azaroso ayer arremolinan aires de discordia, soplos de desunión, nubes borrascosas de disgregación agitadas por un sinnúmero de minorías que al parecer están dispuestas, decididas a sajar del cuerpo de la Patria el que será siempre minúsculo pedazo de sus intereses, y visto en distancia nos proponen una vez más un país escindido en dos partes, más que antagónicas antinómicas, porque los opuestos en el fondo no son los individuos, sino los principios. Los valores.

Y en tren de hablar de valores y principios, sí cabe señalar que hay sujetos, personas, que tanto por haber realizado grandes proezas como sobresalidos por sus excepcionales cualidades merecieron ser escogidos como héroes. Desde ya que así como las más prístinas construcciones colectivas los han exaltado, no faltan los iconoclastas que por la razón que sea, o no soportar su fulgor o soterrar la propia mendacidad, han hecho, hacen y harán lo posible por derribarlos de sus pedestales.

En eso, como en otras cuestiones que no son las más rescatables del "ser nacional", el esfuerzo por echar por tierra a cuanto héroe sea posible, trata de no dejar títere con cabeza y hace rato que San Martín entra en la volteada.

Vuelvo a exaltar a San Martín por desinteresado, comprometido, idealista, porque todavía le calzan bien el bronce y el mármol.

Llegado aquí, quiero rescatar el trasfondo de algunos párrafos del trabajo que Carlos María Vargas Gómez y yo presentamos en 2017 en el Congreso Correntino Sanmartiniano, porque ya entonces dialogábamos sobre "el problema del héroe en cuanto héroe" buscando imaginarnos un San Martín para el siglo XXI.

Porque es harto dificultoso relacionar a San Martín con personajes como "El Rubius" y sus seguidores digitales, o con cualquiera de los "richs and famous" que andan dando vueltas a vista y paciencia de todos, exhibiendo sus mansiones, sus riquezas, sus protagonismos personales, sus pasiones, sus huracanes sentimentales donde, si no vale todo, pareciera. Entre todos ellos y aquellos héroes del siglo XIX cuyos bronces enfrentan con denuedo a las palomas en nuestras plazas, media el abismo que separa al hedonismo de la entrega personal, la sima abisal que separa al "yo" más ramplón del "nosotros". Al "para mí" del "Por Dios y por la Patria". Y no es que aquellos no tuvieran defectos, y aún terribles imperfecciones. Los diferencia de las figuras actuales de los primeros planos, más que la conducta, la actitud. Es impensable que alguno de ellos exhibiera los rasgos más oscuros de su personalidad como si se tratara de cualidades envidiables. Quiero decir con esto que hasta los peores de ellos buscaban prestigiarse por sus mejores rasgos, y no resaltando bajezas manipuladas por los mass media para provocar la admiración y, más aún, hallar la justificación de sus seguidores.

Quizá no sea lícito comparar. Historiográficamente no lo es. Pero esta es una nota periodística y no un trabajo histórico. Como sea, Cada época es única y última en sí misma y sólo cabe tratar de entenderla. No juzgarla. Tal vez no se trate de algo calificable como bueno o malo. Simplemente, como decimos ahora, es lo que hay.

Pero en el medio, atrás de las tuiteras y youtubers, los bailarines de sueños y grandes hermanos; antes del último delirio de un deportista desquiciado por la droga una demi mondaine desnudando a los cuatro vientos los goces disfrutados en brazos de su último amante, entre aquellos héroes del mármol y el bronce del siglo XIX y los del celular del siglo XXI, quedaron, en un vacío que se me hace inquietante, los más que nada anti héroes del siglo XX, de los que Vargas Gómez y yo nos preguntábamos ¿por qué y cuáles son los nombres que primero se nos vienen a las mentes?" para respondernos que "el ‘por qué’ no parece demasiado difícil de estereotipar: la entrada en la historia de otros actores, dos guerras mundiales… y, por sobre todo, una nueva e interminable, multiforme, proteica, ‘revolución’" en la cual los "protagonistas de la saga ya no fueron los burgueses decimonónicos buscando hacerse con el poder político a partir de la potencia económica alcanzada, ni las huestes de "notables" y los guerreros de ocasión a su servicio, sino las masas. Masas que como los niños de Hamelín aprendieron a marchar hipnóticamente, no siguiendo a un flautista, sino tras un líder providencial con un micrófono en la mano.

Una plaza, un balcón, un puño en alto o un brazo extendido y una muchedumbre expectante que corea las consignas mientras se le exigen, pero sobre todo se le hacen promesas, que con fervor religioso aprende por boca del líder quienes son los "amigos" y quienes los "enemigos"… de él lo escucha y lo aprende todo. Un mecanismo mesiánico, totalitario, en cuyos ácidos las individualidades resultan disueltas.

Los héroes del futuro los moldearán el video, Facebook o Twitter… o un celular.

El culto de la personalidad se exacerba hasta el infinito. La fotografía permite saturar el espacio público y también el privado de las imágenes del líder y, cuando cuadra, de los lugartenientes que él escoge, varones o mujeres.

Anacrónicamente, este Bertillón del héroe del siglo XX nos exime de dar nombres y puntualizar hechos. Demonizados o no, estos personajes también es posible hallarlos en los "lugares de memoria", como se dice ahora, pero nos recuerdan que no prometieron ni lucharon por la libertad, todo lo más un pedazo de pan. Y, vanamente, ofrecieron una igualdad - que se mostró inasible - a los suyos, y una hegemonía no menos esquiva sobre los extraños. Y el precio a pagar fue de millones de las vidas de sus seguidores. Quizá por eso es que los héroes del siglo XIX parecen más nítidos, más dignos del bronce. Más que pedir, que exigir, que imponer, dieron de sus propias vidas.

Por otro lado, en la absoluta mayoría de esos personajes que el siglo pasado exaltó o aún exalta, la vida privada ofrece hartas tachas. Bastantes como para haber dado partida de nacimiento a una nueva aunque algo escandalosa vertiente de los estudios históricos. Las historias de alcoba y los apaños económicos de casi todos ellos dejan tamañitos a los escarceos de sus predecesores que, ya que viene al caso, los más murieron de bolsillos flacos".

Y me siento obligado también a rescatar algo de lo que mucho que dijimos, para hacer referencia a una de las más siniestras promesas de paraíso terrenal posible que se formularan en la Historia, - la de 1917 -, "porque si en 1793 los franceses inventaron el terrorismo de estado, sus miles de víctimas son incomparablemente menores a los millones de muertos que acarreó la búsqueda posterior del paraíso socialista a través del horror. Desde los konzentrationlagers nazis hasta los gulags soviéticos. Desde la aterradora Shoá al no menos siniestro Holodomor.

Decíamos entonces que "el siglo XXI lo percibimos en mantillas. Por de pronto, ¿cuándo comenzó? ¿En 2000? ¿O en 1989 con la caída del muro? No importa. Si la imprenta fue la herramienta revolucionaria por excelencia del siglo XIX, si se le sumaron el micrófono y la fotografía como pièces de résistance de los "héroes" del siglo XX, la digitalización y las redes sociales todavía son más crónica que Historia, y nos cuesta resignarnos a aceptar que, definitivamente, los héroes del futuro los moldearán el video, Facebook o Twitter". (Yo diría que la herramienta por excelencia, raye quien raye, será el celular).

Por eso, porque cada uno debe marchar con su tiempo pero no dejarse arrastrar por los suelos por él, este 17 de agosto, en el nombre de mi amigo que ya no está y en el mío propio, vuelvo a exaltar a San Martín por desinteresado, comprometido, idealista, porque todavía le calzan bien el bronce y el mármol aunque vista a la antigua, no importa si su uniforme o su gabán legendario, porque merece seguir siendo nuestro modelo, nuestro Héroe de ayer, de hoy… de siempre.