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¿Es San Martín el Padre de la Patria?

Alguna vez he escrito que, en mi criterio, sólo hay dos cuestiones con las que la absoluta mayoría de los argentinos estamos de acuerdo: San Martín y Las islas Malvinas. Todo lo demás es grieta. Y si no es grieta, es agrietable o es susceptible de ser agrietado.

Como los españoles, los argentinos tenemos una capacidad inigualable para estar en desacuerdo. Basta que nos juntemos dos de nosotros para que surjan en lontananza dos opiniones distintas. El grado de conflicto ya es harina de otro costal. Claro, prácticamente todos nosotros hemos adquirido en la escuela primaria esa devoción por San Martín, y esa convicción de que las Malvinas son nuestras. El aula prototípica, con San Martín, Belgrano, el Escudo, la Bandera, la Escarapela y el mapa con la Antártida y las Malvinas, desde la "maestra de campo" de "Los Ramones" hasta el colegio más caté de nuestros propios tiempos, estaba diseñada para una educación ciudadana que comenzaba por lo visual y se complementaba con testimonios materiales centrados en plazas y avenidas, desfiles patrióticos en el que agitábamos banderitas y lucíamos orgullosos nuestras escarapelas mientras mirábamos pasar caballos y jinetes con los sables desenvainados, e infantes de rostros fieros marchando enérgicamente con las bayonetas caladas en sus fusiles. Era Argentina "Triomphante" de los cincuenta, heredera de una larga Historia Militar que no había conocido más que victorias. Las invasiones inglesas, Suipacha, Salta, Tucumán, Chacabuco, Maipú, Ituzaingó... sólo por citar de memoria algunos de esos triunfos que le hicieron decir a Juan Gregorio Pujol que los argentinos se habían llevado todo por delante con sus sables y con sus lanzas... y que nuestro pueblo sólo había aprendido a combatir.
Esa Argentina del cincuenta, ahíta todavía de sus al parecer interminables mieses y rebaños, forrada por dentro y por fuera con el oro que habían acumulado sus estadistas, enlistada entre las diez primeras naciones del globo, estaba encabezada por un líder que aclamó a San Martín como Padre de la Patria en el Congreso Nacional en su carácter de Presidente de la Nación, y después, para que no quedaran dudas, se fue hasta la cordillera y allí en Mendoza, al pie de los Andes, vistiendo su uniforme de General lo proclamó nuestro héroe epónimo. Y el San Martín de esa Argentina fue el que se nos hizo reconocible. Aquel retrato de autora anónima pintado por la devoción y el afecto de la maestra de Merceditas en Bruselas. Uno entre tantos otros distintos y diferentes. Porque la única imagen de San Martín de la que podemos estar seguros es la que nos propone el daguerrotipo que sobrevive de su ancianidad. Claro, era un modelo, un arquetipo (ahora dicen "paradigma") y ya lo había sido en vida, como que todo chileno y argentino de aquel siglo romántico que viajaba a Europa, consideraba poco menos que una obligación cumplir con la visita ad limina "san martinorum", parafraseando a Lampedusa, porque siempre hubo y habrá algo de religioso en el modo como nosotros, los argentinos, endiosamos a nuestros héroes, se trate de San Martín, o de Gilda, o de Rodrigo. Incluso se les ofrendan santuarios. Para que no lo perdamos de vista, Yapeyú es un santuario, que incluso ha sido llamado "La Belén argentina". Y aquí una primera pregunta: ¿cómo llega San Martín, sino una figura cualquiera pongamos por caso Jorge Washington, a ser ensalzado como "Padre de la Patria"? ¿Por qué los yanquis no escogieron a Thomas Jefferson, que redactó la Declaración de la Independencia, o a James Madison, que fue el padre de la Constitución norteamericana? Porque, después de todo, Washington no era otra cosa que un rico plantador y un militarote improvisado que hoy, con sus acciones pre revolucionarias encabezando milicias coloniales en contra de los franceses, difícilmente hubiera escapado al membrete lesa humanitario. La primera respuesta que se me ocurre, es que fue escogido, precisamente porque sus hazañas militares contra los británicos, eran lo que daba lustre ante una sociedad que ya comenzaba a intoxicarse ante el mapa, soñando futuras expansiones que no iban a realizarse precisamente repartiendo escapularios. En otras palabras, son los hombres y mujeres de su tiempo y por razones que hacen a su propio tiempo, a sus

WASHINGTON POR GILBERT STUART.
WASHINGTON POR GILBERT STUART.

intereses y necesidades quienes lo eligen para modelo. Todo lo demás son ornamentos. El hacha, el arbolito, pero especialmente el haberse ido a su casa por sus propios pies, desdeñando persistir en la brega por cualquier forma de poder, primero colgando el sable y después entregando el bastón y la banda de una buena vez, sin pensar en alguna forma de reelección in aeternum, es quizás la piéce de resistance que lo catapultó como pater urbe condita. ¿Se percibe la semejanza con San Martín?¿En un medio en el que nadie renuncia absolutamente a nada? Y sus renunciamientos son reiterados: en Perú señalando que nada hay más peligroso para una República naciente que un general victorioso. En el Río de la Plata, a los llamamientos de los que esperaban alquilar su espada. En Europa, a la jefatura del ejército belga, que le fue ofrecida en un momento en que precisamente no le sobraban los patacones... ¿hace falta recordar más? Ahora, necios disfrazados de "revisionistas", hurgan en el pasado con las herramientas del presente, como esos "chicos" (frase a la moda que engloba desde el uso de razón a los 7 años hasta los 25 que en los hechos constituyen la nueva mayoría de edad) que se imaginan que hacen historia jugando a darle whatsApp a Colón a ver que hubiese pasado, y haciendo malabares con sus anacronismos psicológicos, objetan que San Martín sea considerado el "Padre de la Patria". De suyo que ni los yanquis ni cualquier otro pueblo más o menos coherente pierden tiempo en reclamarle análisis de ADN a sus próceres. Y, llegado el caso,con los criterios actuales, en realidad con cualquier criterio que se aplique, todos tienen tela para cortar, no sólo el triunfador de Yorktown. Eran humanos. Claro, Alberdi, que en eso se cortaba solo, olvidado ya su disfraz de marinero francés para disparar convenientemente del sitio de Montevideo, hablando del crimen de la guerra, comparó a Washington como modelo de república contrapuesto a San Martín como arquetipo bélico. Convenientemente se dejó en el salero la asombrosa destreza ciudadana con la que San Martín gobernó su ínsula en Cuyo, en medio del desbarajuste generalizado de un Río de la Plata en el que las luchas por el poder esterilizaban dar la gran batalla por la emancipación. Y su actuación más que gloriosa en el foco de intrigas y ambiciones de la Lima que fuera la soberbia ciudad de los virreyes. Tan memorable como para que también los peruanos le asignen, orgullosamente, jerarquía de padre, bien que compartida con Simón Bolívar. Y, ya que estamos, tampoco los peruanos pierden tiempo debatiendo si San Martín dejó huérfano al Perú, o si Bolívar se halla en su laberinto. Pero el hecho es que, mucho antes que la familia de San Martín escogiera a Bartolomé Mitre como el más apto, "técnicamente" diríamos ahora, para darle la papelería del prócer y que procediera "a sus efectos", ya los argentinos de cuenta habían reconocido quien y qué era San Martín, sin decir una palabra ni escribir una línea, - podría decirse que tácitamente -, con una admiración expresada incluso a regañadientes como la sarmientina, cuando habían ido a verlo como algo ineludible de su viaje transatlántico, cuando ya en vida era modelo y, más que eso, arquetipo. Leyenda. Hoy hay un sector, yo diría que menos que minúsculo, que, sin entrar en mayores análisis quisiera otro "modelo". No me meto en honduras aunque tengo mis ideas al respecto, pero sí digo que, guste a quien guste y raye quien raye, el San Martín del 80 descubierto por Mitre (insisto, él no hizo más que poner con tinta sobre el papel lo que ya había consagrado su tiempo sin decirlo), el San Martín de los 50 que, pensemos como pensemos, nos enseñaron a conocer y querer nuestras maestras en la Escuela Primaria. Ése, sigue y ojalá siga siendo el Padre de la Patria. Por siempre jamás.