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Tenemos millones de computadoras en el cerebro

Al igual que una computadora, el cerebro interpreta un estímulo, lo procesa y lo transforma en una acción, una idea o una emoción. Se puede pensar la red de neuronas como las redes utilizadas en la inteligencia artificial.
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El ser humano siempre ha buscado entender a la naturaleza y en base a eso generar mejoras tecnológicas para su provecho. A mediados de los años 40 y con el avance de la informática producido luego de la Segunda Guerra Mundial, la analogía entre la computadora y el cerebro surge como una manera figurativa de comprender el funcionamiento cerebral a través de la máquina. Al igual que una computadora, el cerebro interpreta un estímulo, lo procesa y lo transforma en una acción, una idea o una emoción. Con el transcurso de los años se descubrió que esta propiedad se producía porque cada neurona actuaba como si fuera una computadora. Su función es transformar una entrada de información precedente de su red de dendritas, encargadas de recibir los estímulos externos, en una respuesta que es lanzada a través de su axón, su canal de salida, a otra neurona.

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Sólo se produce una respuesta si el peso eléctrico del estímulo que recibe es mayor a la carga de la neurona en reposo, teniendo que existir grandes cantidades de estímulos al mismo tiempo para que la neurona responda. Nuevamente, esto sólo es una parte del asunto. Nuevos avances del siglo XXI demuestran que en realidad, al igual que las neuronas, cada dendrita funciona como si fuese una computadora. Se activan con cada estímulo que reciben, pero a su vez, escala en mayor proporción a mayor cantidad de impulsos que recibe. Esto es, las dendritas se comportan como ecuaciones no lineales, donde cada carga que se les provee aumenta su potencial eléctrico en mayor medida. Es decir la respuesta es sumamente superior a la cantidad de inputs recibidos individualmente. Sumado a esto, que para cada neurona hay una red de dendritas y cada una se comporta en base a los impulsos que reciben y enviando la información o no a las neuronas, según su nivel de activación que posea. Por otro lado, las dendritas tendrían otra función interesante. Serían las encargadas de compartimentar la información. Las neuronas detectan la sumatoria de impulsos emitidos por las dendritas pero no así los individuales. De esta manera y en forma de impulsos individuales captarían información que luego las neuronas ignorarían, debido a que sólo responden cuando muchos impulsos son activados al mismo tiempo. Las neuronas responderían sólo a una pequeña parte de la información que reciben, guardando todo el resto de la información en su red de dendritas. De esta manera, se puede pensar a esta red de neuronas y dendritas como las conocidas redes neuronales bicapa utilizadas en la inteligencia artificial. Las dendritas responderían en base a todos los estímulos recibidos generando una respuesta que se envía a una neurona, la cual en base a la sumatoria de todos los estímulos recibidos a través de su red de dendritas, formaría una nueva respuesta, comunicada a través de su axón. Grandes avances se han logrado en el campo de la inteligencia artificial en los últimos tiempos, aunque no hace falta decir que queda un gran camino por recorrer. Sin embargo, los expertos en deep learning e inteligencia artificial han llegado a deslumbrar una pequeña parte de la última red de redes y de uno de los misterios más grandes de la historia de la humanidad: el funcionamiento del cerebro humano.

(*) Investigador del Instituto de Ciencias Sociales de la Fundación UADE.

Hacia un mercado único digital

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Un periplo inédito trajo en estos últimos días a Europa al fundador de Facebook, que expuso en Bruselas ante los eurodiputados y en París se reunió con el presidente Emmanuel Macron. Mark Zuckerberg no cruzó el Atlántico para repetir lo dicho ante el Congreso de los Estados Unidos. El motivo principal de su viaje fue interiorizarse sobre el proyecto europeo de creación de un mercado único digital. Es verdad que en su tiempo Europa intentó, aunque sin éxito, crear un motor de búsqueda en Internet y una plataforma de interacción social capaz de competir con los gigantes norteamericanos. Ahora bien, en lo que se refiere a la regulación del sector, la normativa europea es hoy -lo reconoció el propio Mark Zuckerberg- la más desarrollada del mundo. Un trabajo que está contagiando a los legisladores de otras economías y que influenciará sin lugar a duda el futuro del comercio internacional. Uno de los ejes centrales de la futura regulación es el levantamiento de obstáculos para la libre circulación de datos, al igual que en la actualidad existe para los bienes, servicios, personas y capitales. El fin del roaming en Europa parece ser la medida más emblemática en este campo. Atrás quedaron los tiempos en que los ciudadanos pagaban cuatro veces más por una llamada hecha de un lado o del otro de la frontera. Asimismo, en la era digital la regulación no puede seguir siendo analógica. En este marco, creo que Europa ha logrado reforzar la protección de los consumidores, de las empresas y de los propios Estados sin imponer un chaleco de fuerzas a la innovación. En la semana de la visita del presidente de Facebook, por ejemplo, entró en vigor una legislación que consagra el derecho de cada ciudadano a solicitar sus datos personales que guarda un organismo público o privado y pedir su posterior eliminación. Por otro lado, Bruselas propuso recientemente la creación de una Agencia de Ciberseguridad y reveló elementos que demuestran la urgencia de fortalecer los instrumentos públicos en este dominio, tales como el hecho de que alrededor de la mitad de los crímenes cometidos en algunos Estados ya ocurren hoy en el ciberespacio. Por último, son también meritorios los pasos emprendidos en materia fiscal, pues en la actualidad, según informó la Unión Europea, el tipo impositivo efectivo pagado por las tecnológicas corresponde a la mitad de la contribución exigida a los sectores tradicionales de la economía. En este contexto, una de las propuestas legislativas que se están planteando permitiría tributar beneficios generados en el espacio comunitario por empresas que no se encuentran físicamente presentes en el territorio. De este modo, el nivel de interacción establecido a través de canales digitales, y cuantificado por el número de usuarios en un Estado-miembro, se convertiría en un criterio fiscal. Por supuesto las propuestas europeas no estás exentas de críticas y tampoco constituyen la única manera de afrontar los desafíos tecnológicos. Sin embargo, creo que la atención dedicada al tema terminará reforzando las ventajas competitivas en esta parte del mundo, toda vez que un mercado abierto a la innovación, seguro para sus agentes y fiscalmente previsible siempre genera prosperidad y bienestar social.

(*) Embajador en Portugal