Cuando la educación abre caminos

Cuando estudiaba en la querida escuela Regional, teníamos un profesor llamado Burgos Contte, a quien esperábamos ansiosos porque queríamos escuchar sus clases, en razón de que nos hablaba, no solamente de su materia, sino de sus aventuras de caza, porque era cazador y algunas de ella eran extraordinarias, como cuando se encontraron con una manada de chanchos jabalíes y él con su compañero tuvieron que subirse a los árboles para evitarlos, lo cual servirá para otro relatos. El caso es que queríamos escuchar sus clases porque eran interesantísimas, al punto que, a veces continuaba en el recreo y seguía con su conversación hasta la llegada del siguiente profesor; en una ocasión faltó el de la materia siguiente, por lo que nosotros le pedimos que siga con nosotros y él accedió. El muy estimado profesor llamado Burgos Contte, siempre nos aconsejaba que cuando seamos designados maestros o, con más razón, director en una escuela, hagamos algo beneficioso para la comunidad para que ésta colabore espontáneamente con nosotros. Yo llevaba a la práctica siempre y me daba óptimo resultado. En la primera escuela a la que ascendí a director infantil, con grado a cargo, ya fui casado con Carmen, a quién prometí que nos casaríamos cuando ascienda a director para tener casa donde vivir; pregunté a los vecinos cuál era su mayor problema y todos, sin excepción, me contestaron que era es aislamiento y que necesitaban un camino. El único medio para salir de allí era un trencito de trocha angosta, que llevaba a Las Palmas del Chaco Austral, empresa que tenía una sucursal en el lugar donde no faltaba nada. Tal es así, que cuando Carmen estuvo embarazada de Carmencita, la mayor de las hijas compró de allí la lana para hacer escarpines, saquitos y otras cosas de abrigo para el invierno. Yo estaba atento a las necesidades del vecindario y cuando se levantó un ramal del trencito, la Compañía lo levantó desde el Kilómetro 62 al 75, pensé hacer un camino, aprovechando el terraplén que quedó; era cuestión de ensancharlo y reponer la madera de las alcantarillas y el puente.

Llamé a reunión de vecinos y les comuniqué la idea y, después de un cuarto intermedio en que quedaron pensando, me dijeron que era imposible, porque había que hacer las alcantarillas y el puente, lo cual era imposible, porque cuando se levantó dicho ramal, la compañía llevó los durmientes y el maderamen de las alcantarillas y el puente. De manera que todo quedó sin efecto. Ese fin de semana vino un inmigrante sirio libanés que tenía un gran negocio en el kilómetro 75; el extremo del ramal, desde donde había caminos a La Eduviges y El Zapallar, hoy San Martín, a decirme que mi idea era realizable que él iba a poner dos palas de buey y un hacendado que se encontraba a la vera de dicho terraplén donaría una aplanadora con su correspondiente tracción a sangre; entonces le pregunté si estaba dispuesto a venir la próxima semana para decirle a mis vecinos, esto que acababa de expresarme y me contestó que sí. Ese fin de semana, vino nuevamente el comerciante de origen sirio libanés, por lo que cité a todos los vecinos a quienes expuso lo que me dijo a mí. Esa vez vi más entusiasmo en mis vecinos, noté que el cuarto intermedio sirvió para que recapaciten y acepten la ponencia que los sacaría del aislamiento, inclusive se formó el consorcio caminero que cuando se aprobó, llevaría el número 27 y el presidente de la cooperadora escolar, el señor Isabelino Quintana oriundo del Paraguay me dijo que, años antes, trabajó en una cuadrilla caminera en su país donde, sin la presencia de un ingenieros, construían puentes y que él, si tuviera todo el material se encargaría de construir el puente sobre el río Correntoso. De la madera me encargaría yo cuyo trámite tiene su historia, llena de vicisitudes. En efecto, en el extremo de otro ramal del decauville, el trencito de trocha angosta, llamado El Perdido, había un gran aserradero de un señor Juan Hardy, a quién tendría que pedir su colaboración; dicho poblado estaba varias leguas de mi escuela, así que tuve que ir a caballo ese día que fui me enteré que estaba en su estancia la Aurora, a orillas del río Bermejo, a varias leguas de distancia y no me acobardé, se ve que era decidido y seguí hasta allí, pero esta vez me acompañó un colega Zamudio, director de la única escuela del lugar y cuando llegamos, nos dijo el capataz que el patrón estaba en la cama, algo enfermo. Mi acompañante me dijo, estamos de mala suerte, creo que tenemos que volvernos sin cumplir nuestro objetivo, entonces yo le contesté, si llegamos hasta aquí estoy dispuesto a quemar hasta el último cartucho y le dije al capataz que le pregunte, si podía recibirnos.

El empleado entró a cumplir mi encargo y salió al instante, para decirme, que pase. Cuando entramos, me dijo, "creo que no es el problema de mi salud que los hizo venir hasta aquí, dígame que problema los trae, soy todo oídos". Cuando le dije que venía a pedirle su colaboración para construir un camino, se agachó y escuchó atentamente todo lo que le decía y, finalmente, levantó la cabeza, me miró fijamente. Me sorprendió su respuesta, pues me expresó: "los felicito, yo voy este fin de semana al Perdido y diré a mi capataz, que le dé prioridad a vuestro pedido y que toda la madera que necesitan, les hará llegar, donde ustedes digan". Con esa noticia volví y reuní a la comisión Pro Camino y les comuniqué el resultado de mi gestión; el señor Isabelino Quintana futuro constructor del puente me dijo entonces "ya está el camino, es cuestión de que nos pongamos a trabajar". En efecto después de dar clase recorría a caballo todo el camino y comprobé que se trabajaba en toda su extensión y Quintana, se hallaba abocado a la construcción del puente. Cuando tiempo después ascendí a Director de la Escuela número 375, sobre camino nacional, si esperaba un poco más hubiera salido por allí, pero yo no quería perder tiempo y salí con el deucavill, hasta Las Palmas y de allí a mi nuevo destino. La Dirección de la Escuela número 375, de El Paraisal, que significó un ascenso para mí, porque estaba sobre camino nacional con el paso de cuatro colectivos diarios, de ida y de vuelta y otras ventajas, derivadas de los medios de comunicación. Esa escuela estaba en una colonia de hijos de montenegrinos, según el colega a quién reemplacé, una horda de salvajes que, querrían meterse hasta con la escuela. No obstante, no me acobardé por las razones puntualizadas. Ya relaté en otra nota, publicada por época, donde ponía de manifiesto mi estrategia para conseguir autoridad. De manera que, no me amilané y salí airoso, pues las bondades del ascenso eran, para mí, superiores a los problemas que podrían surgir y no me equivoqué pues como decía, salí airoso. Un sobrino político que está empleado en Vialidad del Chaco me dijo, años después, que el camino se encuentra todavía en servicio. Cosa corroborada por mí, años después, siendo Inspector Seccional, cuando un hijo me llevó con su camioneta y Carmen, mi esposa y yo, nos fotografiamos en el puente, recostados en la baranda. Consecuentemente, ese camino sirvió a los vecinos para sacarlos de su aislamiento y aún años después, seguía en servicio. El colega que me reemplazó, me contó años después, que llegó a entrar un colectivo que, daba la vuelta por Selvas del Río de Oro, el cual construyó el camino, siguiendo nuestro ejemplo, cuando se levantó el ramal del deucovill, el trencito de trocha angosta. La verdad es que, los cosejos del estimado profesor y la aplicación de los mismos, me dieron opimos frutos, al punto que, los vecinos de todas las escuelas por donde anduve, colaboraron conmigo, sin retaceos, contribuyendo, además, a que ascienda al cargo de mayor jerarquía del ex Consejo General de Educación en las Provincias o sea Inspector Seccional de Escuelas Nacionales, con el que me jubilé y hoy disfruto, con ello, después de tantos años.