Los hermanos perversos

-- Cuando se dieron cuenta de lo que ocurría pararon de golpe y el hermano mayor que tenía una escopeta la preparó para ahuyentarlos, pero ya era tarde; habían matado muchas ovejas, los ahuyentaron, pero había un tendal y las estaba comiendo. Cuando los lobos huyeron con los estampidos de la escopeta y los perdigones que recibieron había mucho daño y todos reaccionaron y se quedaron callados pero ya era tarde. Esa noche volvieron a su casa, con la cabeza gacha, cada uno, haciéndose cargo de la situación, sin ocultar su culpa y le expusieron a su padre, muy compungidos, lo que había pasado. El anciano escuchó a sus hijos, callado, y los llevó al galpón de las ovejas, donde había, en un rincón, una pila de varillas para la huerta. Los hizo sentar, para que mediten y luego comenzó a decirle, primero al mayor, toma una y trata de romperla en tu rodilla. El mayor, sin esfuerzo, la rompió; luego los demás hicieron lo mismo. A su término, le dijo al mayor, ahora toma 5 varillas y átalas, en sus extremos y en el medio; ahora, trata de romperlas, como a las otras y, por más esfuerzo que hizo, no pudo. Luego concluyó, eso pasa con ustedes, los hermanos, cuando sean unidos serán fuertes sino serán débiles, como ahora. En la vida real, hay que tener en cuenta esta premisa "la unión hace la fuerza". Sin embargo, muy a menudo nos olvidamos de ella y cometemos toda suerte de exabruptos contraproducentes, contrarios a nuestros más calificados deseos. Es que somos humanos y no ejercitamos el dominio sobre nuestros actos. Ese control es imprescindible realizar, para no caer en la estulticia. En mi adolescencia, tuve la suerte que un tío mío, Juan Genaro González Vedoya, me prestó dos libros de Paúl C. Jagot, "El dominio de sí Mismo y El Poder de la Voluntad", que impactó profundamente en mi entendimiento y me permitió tener, en cierta medida, el control de mis actos. No puedo decir de todos, porque hay algunos que son volitivos y otros que son involuntarios y nacen en las profundidades de nuestro ser y se presentan automáticamente, en el momento oportuno. Qué bueno sería, concluí, que siempre tengamos en cuenta el sentido de esta parábola y obremos conforme a ella, cuando sea menester. Pocos días después vino el menor de mis hijos, a quien le llamamos Toto, sobrenombre que él se puso, cuando era muy chico, no recuerdo en qué circunstancia; Papá, me dijo y me planteó un problema que lo aquejaba. Recuerdas, le espeté, tal parábola le dije, tendrás la solución si obras conforme a ella y lo mandé a que piense. Habrá pensado mucho, porque recién al día siguiente apareció con la solución y tan acertado estaba, que lo felicité calurosamente. En efecto, las parábolas me sirvieron para hacerlos pensar y me ayudaron a formar su personalidad.