Artigas (I)


El 23 de septiembre de 1850, apenas un mes y días más tarde del deceso de San Martín, fallece, también en el exilio, en Asunción, José Gervasio Artigas. El sábado último se cumplieron 167 años de esa muerte, pasando desapercibidos para los correntinos y aún para los medios nacionales. Y sin embargo, el país se dice federal y, en lo tocante a la exaltación de personalidades, desde hace tiempo fogonea la figura de uno de sus Tenientes, Andresito. Lo más curioso es que tampoco los que hacen gala de decirse custodios del federalismo más rancio lo han recordado. En Corrientes, la figura de Artigas resultó demonizada por largo tiempo, podría decirse que desde su ocaso en 1820, hasta 1955, cuando por influjo de un cónsul uruguayo de dinámica ejecutoria, Edison Bouchaton, se erige su busto en el lugar que ocupa en nuestra ciudad, y se da su nombre a la avenida aledaña. Claro, oposición hubo pero como se vivía un momento particularmente álgido de la historia nacional, la cosa no pasó a mayores. Está visto sin embargo que su imagen no anidó lo suficiente como para merecer una de esas evocaciones que se reiteran tácitamente, sobre todo porque, como en tantas otras cuestiones, están instaladas en los calendarios escolares, que en manos de los docentes se han convertido en la principal y casi exclusiva agenda patriótica nacional. Artigas no ha entrado en ese panteón, pero no cabe ninguna duda que lo merece, especialmente en Corrientes, que siempre se ha pintado a sí misma como una campeona del federalismo.

Si hubo un auténtico revolucionario que nunca dudó de su convicción de tal, fue Artigas que, pronunciado por la Revolución, abjuró no sólo de la monarquía española sino de cualquier otra posible dominación extranjera. Si hubo un demócrata respetuoso de la voluntad popular, no sólo de palabra (de eso los argentinos tenemos experiencia sobrada), sino en sus acciones, fue Artigas. Pero hoy también queremos dedicarle unos párrafos de nuestro homenaje - porque de eso se trata -, al hombre, al que ya sin poder alguno y cautivo en manos de dictadores de diversas layas, se ganó entre el pobrerío paraguayo el título de Karaí Guasú - gran señor -, el mismo que un respeto popular teñido de temor había otorgado a Gaspar Rodríguez de Francia y Carlos Antonio López. Más aún, entre los naturales de Curuguaty, su lugar de cautiverio obligado, al parecer era conocido como el Oberavá Karaí (el señor resplandeciente). Muerto Francia, porque desconfían de él lo arrestan y conducen a Asunción, pero termina sus días en la quinta del nuevo dictador apreciado por todos. A esa "grandeza" que siempre vieron en él sus seguidores, nadie logró permanecer ajeno hasta el mismo momento de su tránsito. Con todo, Artigas fue un hombre de su tiempo y más. Claro, "primus inter pares". El primero entre los suyos. Recibe en su niñez la mejor educación de su época en Montevideo, con franciscanos del convento de San Bernardino, pero su pensamiento político tiene mucho de autodidacta, a través de lecturas de tercera mano de los escritos de Tomás Paine. Aunque pertenece a una de las familias más acaudaladas de la ciudad, al igual que Rosas, ya en su adolescencia se instala en los campos familiares a vivir entre el gauchaje adquiriendo gran destreza en el manejo de las armas y mostrándose un eximio jinete que siempre encabeza los grupos que integra. Sobresale, pero a la usanza oriental de entonces, sus arrestos ganaderos, que tienen lugar en un área que abarca el norte del Río Negro, las Misiones Orientales, Río Grande del Sur y Santa Catalina, no descartan alguno que otro arreo contrabandeado a las zonas ocupadas por los portugueses. Igual de especial es su relación con los indios. Vive largo tiempo entre los charrúas, incluso una india es la madre de su primer hijo, Manuel, el famoso "Caciquillo". Con los negros, sus vinculaciones son tanto o más cercanas que con los aborígenes. Es famoso aquel Joaquín Lenzina, apodado "el negro Ansina", al que rescata de la esclavitud y lo acompaña a la hora de su muerte. De sus seguidores, son los negros los más fieles. Con las mujeres, Artigas evidencia ser un hombre tan potente como seductor. A la madre del caciquillo sigue Isabel Sánchez Velásquez, una separada. Con ella tuvo cuatro hijos. Otra mujer, desconocida, le da al nieto favorito de sus padres, Pedro Mónico. Se casa luego con una prima suya, Rosalía Rafaela Villagrán, con la que engendra tres hijos. Más adelante, en 1813, Artigas procrea otros dos hijos extramatrimoniales: una niña, con una india guaraní misionera, y un varón, Roberto, con una pulpera viuda. Roberto es reconocido y la mujercita dada en adopción.

Años después (1815), anulado su matrimonio por la demencia contraída por Rosalía Villagrán, Artigas se casa con la paraguaya Melchora Cuenca, mucho más joven que él; hija de un abastecedor que le entrega víveres aportados por la Junta paraguaya. Ella le da dos hijos, Santiago (1816) y María (1819). En la etapa final de su vida, ya confinado en la lejana y agreste San Isidro Labrador de Curuguaty, hacia 1825 entabla una relación con Clara Gómez Alonso, quien lo acompaña hasta el final y es la madre de Juan Simeón, el último de sus hijos (1827), que al parecer llega a teniente coronel gozando de gran privanza con Francisco Solano López. Su trayectoria militar comienza a los 33 años, cuando amparado en una amnistía para quienes no hubieran cometido delitos de sangre, Artigas ingresa al cuerpo de blandengues - gendarmes diríamos hoy nosotros -, luchando contra los contrabandistas y los portugueses, y, en tiempos de Avilés, fundando a las órdenes de Azara pueblos como Batovy en las Misiones Orientales (hoy en poder del Brasil). Durante las invasiones inglesas organiza un cuerpo de 300 hombres que no llegan a batirse y, ya en 1811 - por lo que algunos lo perciben incorporándose tarde a la Revolución, abandona el cuerpo de Blandengues y desde la Colonia de Sacramento se traslada a Buenos Aires, ofreciendo sus servicios al gobierno.

Por entonces, como consecuencia visible del llamado Grito de Asencio o la "Admirable alarma", el 28 de febrero de 1811, el gauchaje de las zonas rurales con Pedro José Viera "Perico el bailarín", toma las villas de Santo Domingo Soriano y Mercedes, y reclama socorros a la Junta de Buenos Aires que comisiona a Artigas a principios de abril, con el grado de Teniente Coronel, unos 180 hombres y algún dinero. Viera, no duda en entregarle el mando y, el 11 de abril Artigas emite la Proclama de Mercedes y se pone al frente de la revolución en la Banda Oriental. El 18 de mayo, derrota a los españoles en la batalla de Las Piedras, primera victoria revolucionaria y luego, pone sitio a Montevideo. Por ello es aclamado como el "Primer Jefe de los Orientales". Al año siguiente, 1812, ya mostrando arrestos propios, convoca un Congreso Nacional en Maroñas y proclama un gobierno federal para la Provincia Oriental, como modelo a seguir por los demás Pueblos del Río de la Plata. Llegamos así al hecho que marca el comienzo de las diferencias irreconciliables entre Artigas y los gobernantes porteños, cuando a consecuencia del armisticio firmado con el virrey de Elío, Artigas es desafectado del sitio Montevideano y lo designan "Teniente de Gobernador, Justicia Mayor y Capitán General del departamento de Yapeyú", en territorio de las antiguas Misiones Jesuíticas. En desacuerdo con el armisticio y la evacuación de las tropas porteñas del sitio, decide franquear el río Uruguay trasladándose a la ribera occidental. Se produce así el celebre "Éxodo Oriental", en el que Artigas, con unos 16.000 seguidores con mil carretas, sus ganados y enseres, cruzan el curso de agua durante la primera semana de enero de 1812 y se instalan a pocos kilómetros de la actual localidad de Concordia, cerca del arroyo Ayuí Grande. Y hasta aquí llegamos hoy. Nuestra próxima entrega historiará la heroica contienda de Artigas contra porteños y portugueses.