La serpiente se enroscó por mi brazo y llegó a mi cabeza; yo sentí cuando su lengua tocaba el lóbulo de mi oreja derecha (en la punta de la lengua se encuentra su tacto) y entonces sentí miedo, pero no hice ningún ademán poniendo para eso toda mi fuerza de voluntad para no mover mi brazo, porque sabía el peligro que pasaba.
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A los lectores de época que me pidieron que les aclare más sobre las víboras ponzoñosas y su idiosincrasia, a las cuales manejaba muy bien, porque conocía sus costumbres y caracteres. Algunos se expresaron con evidentes dudas y, me pareció, un poco de ironía o, algo imposible porque tomar con las manos, a dichos reptiles, les pareció un despropósito porque su mordedura resultan mortales, sin embargo, lo que digo responde a la más absoluta verdad. Qué dirán cuando lean lo que digo más adelante; pensarán, para su coleto que estaría mintiendo pero deben saber que nunca dije una mentira, salvo que esta sea piadosa. Siempre tuve la osadía de enfrentar las situaciones más difíciles con valentía, entereza y firme decisión; mas ahora que estoy entrado en años, no voy a defeccionar de mis atributos de siempre.
Las víboras ponzoñosas poseen el cuerpo grueso hasta terminar en un apéndice fino y corto, su piel es áspera y opaca; su cabeza es chata y triangular; mirándola de perfil, se observa una depresión llamada fosa loreal; sus ojos son oblicuos y, por su idiosincrasia, esquiva; solamente muerde cuando la pisamos o la llevamos por delante. Las culebras no ponzoñosas, tienen el cuerpo más fino, el que se va adelgazando hasta terminar en una punta fina, su cabeza es ovalada y sus ojos bien redondos; su piel es suave y brillante.
Como conocía la "idiosincrasia" de las víboras ponzoñosas, una vez hice algo que a muchos les pareció demasiado temerario o imposible. Estaba de Director en la escuela número 375 de la colonia El Paraisal donde fueron a visitarnos los padres de mi esposa y sus hermanos.
Mi suegra era muy curiosa y fue a mi salón de clase, donde yo estaba trabajando en el escritorio. Miró y revisó todo el material didáctico que encontró hecho por los alumnos como el "observatorio meteorológico", el que mereció su admiración e interminables preguntas; cuando llegó al "cajón viborero", lo abrió y se encontró con las víboras, se asustó y dio un paso atrás, pegó un grito y cuando reaccionó, me dijo con vehemencia "estos bichos son muy peligrosos, tienes que matarlos".
Las víboras ponzoñosas poseen el cuerpo grueso, hasta terminar en un apéndice fino y corto, su piel es áspera y opaca; su cabeza es chata y triangular.
Las víboras ponzoñosas poseen el cuerpo grueso, hasta terminar en un apéndice fino y corto, su piel es áspera y opaca; su cabeza es chata y triangular.
Doña María, le dije, "este cajón viborero está listo para enviarlo al Instituto Malbrán, de donde me mandan a cambio ampollas antiofídicas; por otra parte, le dije, estos bichos, como usted dice, no son tan malos y, le expliqué cuándo y cómo muerden e inyectan el veneno.
Los gritos de sustos de mi suegra hicieron que se congregue el resto de la familia de mi esposa, cuando me doy vuelta, observo que todos estaban bajo el efecto de una gran tensión, con temor y admiración, ansiosos por lo que me encontraba haciendo, pues, en ese instante la había tomado a una "yarará de la cruz" con la mano izquierda, la distraje a un costado del cajón y, con la derecha, la casé del cuello; luego le acaricié la cabeza chata y, le dije a doña María "ahora la voy a largar y van a ver que no me muerde.
Los presentes me rogaron que no la suelte, salvo la hermana más chica, que directamente huyó del salón asustada. Pero en ese tiempo era joven, impulsivo y completamente decidido a terminar lo que empezaba, cualquiera sea la situación, a cualquier precio. La escena terminó cuando la víbora se enroscó por mi brazo y llegó a mi cabeza; yo sentí cuando su lengua tocaba el lóbulo de mi oreja derecha (en la punta de la lengua se encuentra su tacto) y, entonces sentí miedo, pero no hice ningún ademán, poniendo para eso toda mi fuerza de voluntad para no mover mi brazo porque sabía el peligro que pasaba. Cuando el ofidio no encontró salida por ese lado, se volvió hacia mi mano; incliné lentamente mi brazo y lo puse sobre el cajón viborero al cual se arrojó suavemente, digamos, a su hábitat transitorio. Sentí en ese momento que todos dieron un fuerte suspiro de alivio, excepto mi esposa que no dijo nada en todo ese tiempo, pero me di cuenta que estaba bajo el efecto de una muy fuerte tensión y se lanzó sobre mí, me abrazó calurosamente y así permaneció unos instantes. Esto que acabo de relatar, estoy seguro que, muchos no lo van a creer, pero es la absoluta verdad. Ahora sólo quedan de testigo mi esposa Carmen y mi cuñada Victoria.