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Llorar sobre la leche derramada

El debate debe ser ¿Qué? queremos hacer con la educación, seguir manteniendo un sistema que no es capaz de conseguirle una zapatilla al abanderado de una escuela rural de Misiones o de tener jóvenes que terminen la secundaria en condiciones de trabajar, de continuar una carrera profesional o ambas opciones si así lo decide.
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No es nuevo el debate respecto a educación elitista o popular. Esa discusión fue superada por la sociedad argentina en 1884 pero siempre hay quienes fuerzan a volver a tratarla. El 8 de julio de ese año se sancionó la Ley 1420 que disponía que la enseñanza primaria sea "Obligatoria, Laica y Gratuita". Una genial demostración de lo avanzados que solían ser los integrantes de nuestra clase dirigente, aunque la mayor parte del tiempo se dedicasen a implementar formas de quedarse con lo que produce el país. En los últimos días el airado reclamo de padres y frustrados aspirantes a ingresar a la carrera de Medicina de la Universidad Nacional del Nordeste actualizó el debate que viene desde el fondo de la historia y pone blanco sobre negro, que son muchos "los dolores que nos quedan", como señala el Manifiesto Liminar de la Reforma Universitaria de 1918, esa revolución académica y política olvidada por quienes detentan algún espacio de poder. Hubo generaciones de argentinos que lucharon por el ingreso irrestricto a las universidades y lo defienden. En cierta manera lo consiguieron pero episodios como los que se viven en Corrientes refrescan que esa pelea debe ser constante. Es necesario contrarrestar la idea impuesta por corrientes de pensamiento que opinan que, cuando menos personas llegan a la enseñanza en cualquiera de sus niveles, mejores serán los resultados. Esas ideas abrevan en una filosofía que mal interpreta la "meritocracia" y la banaliza señalando sólo sirve para consumir productos caros. Desde 1884 a 1910, gracias a la Ley de Educación 1420, se llegó al 65% de la población que sabía leer y escribir. Cuando la ley se sancionó casi el 80% de los argentinos era analfabeta, porque la educación era accesible sólo para unos pocos. Fue en ese mismo periodo en que gobernó la reconocida "Generación del 80", en la que militaron personajes tales como Bartolomé Mitre, Julio Argentino Roca, Domingo Faustino Sarmiento, Nicolás Avellaneda y muchos otros que pensaban en un país que tenga acceso a la modernidad pero, claro, querían un país gobernado por una aristocracia dirigida por ellos.

--- Esa ley de acceso irrestricto al aprendizaje no se detuvo allí, no es lo mismo un peón que sabe leer y escribir que uno que sólo sabe poner el dedo en la papeleta para votar. Eso se notó en 1912 cuando, gracias a la valiente abstención de los radicales conducidos por Leandro Alem e Hipólito Yrigoyen, el presidente Roque Sáenz Peña aceptó promulgar la ley de sufragio universal, secreto y obligatorio y mucho más, en 1917, cuando las elecciones consagraron al primer gobierno popular de la historia con Hipólito Yrigoyen en el poder. Ese 65% de argentinos alfabetizados tuvo que ver con esos resultados. Fue un año después en que los jóvenes de Córdoba lanzaron su proclama "A los hombres libres de América" donde describen líneas de acción que no, por sencillas, dejan de ser fundamentales. Ingreso irrestricto, Cogobierno que se funda en el reconocimiento de que "el demos" de la Universidad es el Estudiante, Extensión Universitaria, lo académico integrado a la sociedad, Cátedras concursadas y paralelas. Y, por sobre todo, la "gratuidad" del acceso a la enseñanza superior. En 2018 se cumplirán 100 años de esa revolución olvidada.

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Leo muchas noticias y veo que se le adjudica a la tecnología informatizada la idea de que "la práctica tenga supremacía por sobre la teoría" y eso está en el manifiesto de los estudiantes cordobeses, es decir los técnicos del Silicón Valley no inventaron nada. Tampoco los jóvenes del publicitado Mayo Francés del 68, 69, cincuenta años antes los argentinos ya proclamaban, con otras palabras, eso de la "imaginación al poder". Esa es la historia, ése es el legado que tenemos los argentinos, en 1884 implementamos la educación universal, en 1918 tuvimos el coraje de fundar un modelo de Universidad que sobrevivió a 50 años de dictaduras y otros 32 con intentos de ahogo presupuestario, al neoliberalismo salvaje que imponía el Consenso de Washington y a lo último que diseñaron los antirreformistas: ligar las Universidades a la corrupción. Tanto el desfinanciamiento como el financiamiento espurio de sus actividades perjudican porque crean limitaciones académicas y científicas. La discusión por los filtros, que idean los conductores de una universidad para hacer frente a presupuestos que no alcanzan más allá de pagar sueldos, debe superarse con un debate más amplio. Tiene razón nuestro compañero de tareas Gustavo Gamboa cuando hace unos días, en este diario, escribió que los argentinos somos afortunados por la universidad que tenemos. No desperdiciemos esa suerte. La discusión no debe simplificarse a ingreso sin examen o ingreso con examen. No hay que olvidar que tenemos un sistema educativo en permanente crisis, con ministros que administran oficinas siempre con otras prioridades y creen la falacia de que un docente es menos capaz a un alumno que aprendió a manejar una nueva aplicación de celular. "Plata hay, sólo que está mal administrada", dijo días pasados Jorge Lanata refiriéndose a otros problemas que atraviesa Argentina pero tiene razón. Esos funcionarios están más preocupados en disminuir los niveles de repitencia que en educar. La instrucción es simple, ordenan verbalmente que no haya repitentes. Si una escuela tiene un 20% de alumnos aplazados les hacen un sumario, entonces el siguiente bimestre esos docentes, para evitarse problemas, hacen pasar a sus chicos sin mayores evaluaciones y que se arregle el próximo maestro. Así es como llegan a la secundaria sin saber la diferencia entre "hay", "ahí" o "ay". O no son capaces de razonar una regla de tres simple. Ni hablar de cuando se les trata de enseñar lo que, en mis tiempos de alumno primario, era la denominada "matemática moderna". También se puede mencionar cielorrasos que se caen sobre los alumnos, escuelas derruidas sin personal auxiliar que trabaje en el mantenimiento adecuado, porque es más rentable para la sobrefacturación de la obra pública levantar una escuela a nuevo que arreglar el ventilador descompuesto o reponer el vidrio de la ventana que se rompió. Así están las cosas con la primaria y la secundaria. Se imaginan cuando para ingresar a una carrera, como Medicina, se hace el curso de nivelación y se les trata de enseñar química elemental o biología y después salen en grandes titulares cosas tales como "Sólo el 15% aprobó el examen de ingreso" en tal o cual facultad. Los padres también somos responsables, cuántos de nosotros sabemos qué nota tuvo Juancito en Sociales, si Marquitos este bimestre se llevó Geografía o si Guille que está en primer grado, a esta altura del año, no sabe cuántas letras tiene el alfabeto. ¿Colaboramos? con esa maestra, que al igual que nosotros pelea para llegar a fin de mes y muchas veces pone de su bolsillo para completar los materiales que necesita para enseñar. Ése es el debate que debemos darnos argentinos. Qué queremos hacer con la educación, seguir manteniendo un sistema que no es capaz de conseguirle una zapatilla al abanderado de una escuela rural de Misiones o de tener jóvenes que terminen la secundaria en condiciones de trabajar, de continuar una carrera profesional o ambas opciones si así lo decide. En esas condiciones: tomar facultades y cortar calles cuando muchos fracasan al tratar de ingresar a la Universidad es, como decía mi abuela, llorar sobre la leche derramada.