Una inmensa fortuna que no sabemos apreciar

Un día les pregunté: "¿Por qué venir hasta Argentina a estudiar?" Quería comprender la razón de tamaño desarraigo, tan lejos de sus seres queridos, a tanta distancia de sus afectos. La respuesta fue: "Ustedes, los argentinos, no saben la fortuna que tienen. En nuestro país no hay educación universitaria gratuita. Queríamos ser médicos y era más barato para nuestros padres mandarnos a Corrientes, a miles de kilómetros de nuestro hogar, que pagar una facultad privada que, además, está lejos del alcance de una familia de clase media". Sobran los dedos de una mano para contar los países en los cuales los jóvenes (y los que no lo son) tienen la posibilidad de acceder sin restricciones a una universidad gratuita y en la que, además, una vez recibidos no hay que devolver al Estado lo que éste invirtió en el estudiante. Es probable que las universidades públicas no tengan todas las comodidades, que no cuenten con una infraestructura de primer nivel, que tal vez los profesores no sean remunerados como corresponde... pero es nuestra, es de libre acceso y es gratuita. Para egresar de sus aulas sólo hace falta esfuerzo y dedicación. Los estudiantes aplazados de Medicina deberían considerar que al inscribirse aceptaron las condiciones que les impone esta carrera. Si entonces no estaban de acuerdo con las exigencias, tendrían que haber optado por otros estudios. O bien, aceptar las reglas y duplicar el fervor por los apuntes y los libros para no llegar a esta delicada situación. Es cierto. La escuela secundaria no los preparó para tamaña exigencia. Es una realidad. Habría que endilgarle esta responsabilidad a quienes tuvieron en sus manos la calidad educativa de los adolescentes argentinos y no concretaron con los suficientes aciertos la labor encomendada. Pero no serán las autoridades universitarias quienes solucionarán los inconvenientes generados por la disparidad de aprendizaje de los adolescentes o su bajo nivel educativo (en escuelas que, no hay que olvidar, también son libres y gratuitas). Tampoco es su función. Sería muy buena una educación secundaria de excelencia que prepare a los jóvenes a enfrentar un mundo de constantes cambios que a nadie espera para continuar su transformación. Pero hasta que ello ocurra, serán los propios educandos quienes tendrán que bregar por su futuro. Y deberán hacerlo en base al mérito de su sacrificio.