
Junta Histórica de Corrientes
El "problema del indio"
Enrique de Gandía: "Ahora está de moda proteger los pobres restos de algunas tribus indígenas".

Prologando a Norberto Ras, el doctor Miguel Ángel de Marco periodiza la brega entre los primeros pobladores -aquellos que las ideologías han exaltado como "originarios"- y los españoles, mestizos e inmigrantes que en sucesivas oleadas fueron enfrentándose con ellos, como una "lucha secular que comenzó en 1535 y duró hasta los últimos episodios de la conquista del desierto".
Nuestros propios intelectuales, como ser Hernán Félix Gómez y Valerio Bonastre, en su momento hicieron referencia al "problema del indio", con un enfoque crítico no menos centenario.
Resquebrajadura por resquebrajadura, esas percepciones dicotómicas que encasillan todo en la figura de las grietas, también pueden reclamar participación actual, a partir del fenómeno diferente y análogo que encarnan sobre ese "desierto" los autodenominados "mapuches", que grosso modo vienen a ser los sucesores, que no herederos, de aquellos que los españoles llamaron "araucanos", contra los que se libró esa contienda de más de 300 años.

Pero antes de reflexionar sobre el tema, creo necesario conceptualizar qué se entendía como "desierto" en aquellos siglos pretéritos, y qué semejanzas y diferencias ofrece hoy.
Yo diría que tanto ayer como ahora, la cuestión puede identificarse a partir del concepto de "ecúmene" como un espacio habitable y habitado. Salvando las distancias, lo que fueran espacios vacíos durante más de trescientos años, salpicados con sólo "aduares", como los llamaban nuestros ancestros, nudos poblacionales aborígenes más allá de los cuales, separados por distancias y carencias de agua potable si se quiere siderales para la época, no había seres humanos, eso era el "desierto", y lo sigue siendo, claro que, analógicamente, porque es el producido del "crisol de razas" lo que salpica las dilatadas extensiones patagónicas que siguen siendo espacios geográficos cada vez más codiciables. Como quien dice, el blanco era entonces el "ocupa", el invasor, y ahora son sus enclaves los que con ritmo creciente sufren los embates de los que se reivindican a sí mismos como "originarios".

A vuelo de pájaro, la conquista de las 15.000 leguas que reclamara Zeballos fue una continuación de la expansión colonizadora en pos de tierras y ganados.
La cimarronada caballar y vacuna en la que todo lo demás fue posterior, y simplificando tal vez demasiado, alumbró el país de las estancias, munido de un argumento civilizador y progresista que, finalmente, sumó al aborigen más por fuerza que de grado.
Otros ingredientes a tener en cuenta de esa etapa son la araucanización de la Pampa, a través de la cual los que hoy reconocemos como mapuches terminaron masacrando a los pampas originarios y a los tehuelches a principios del siglo XIX y el carácter continental de ese proceso, durante el cual la cordillera andina jugó el papel de una columna vertebral que cada uno de los contendientes cruzó y recruzó según sus objetivos.
En esas circunstancias, la magnitud de los núcleos poblacionales de la Araucanía le dio ventajas reiteradamente sobre sus antagonistas transcordilleranos.
¿Qué buscaban aquellos araucanos? Principalmente vacas y mujeres. Hace cosa de un año, para estas mismas fechas, yo los refería como "culturas del desierto" y citaba a Enrique de Gandía, que las sintetizó expresando: "Ahora está de moda proteger los pobres restos de algunas tribus indígenas. La humanidad así lo impone y debemos unirnos en este esfuerzo sublime".
Pero es preciso también no olvidar una verdad: el indio enemigo de los argentinos, contra el cual combatimos cerca de cuatro siglos, jamás contribuyó en nada al engrandecimiento de Argentina.
Respecto de la caza de mujeres, a los maloneros les gustaba más la "blanca" que la "china", por el color de piel, porque en general tenía una dentadura más sana y olía y se emperifollaba mejor, sirviendo de modelo muchas veces para las mujeres indias. Y aquí reitero lo ya expresado tanto tiempo atrás, en el sentido de que hablar de "cautivas" es romantizar un vocablo que maquilla pero no elimina el atentado sistemático contra esas mujeres, "humilladas de día y sometidas de noche", "condenadas a un destino peor que la muerte", según se decía entonces, forzadas a concebir mestizos como Pincén, Baigorrita y su hermano Lucho, frutos del vientre de cordobesas, o el mismo Ceferino Namuncurá, hijo de la chilena Rosario Burgos con el sucesor de Calfucurá. Como tantas incongruencias que se dan entre nosotros, ninguno de esos movimientos que ponen el grito en el cielo por un "quítame allá esas pajas", expresó siquiera un murmullo en reparación de la memoria de aquellas miles de mujeres que fueron secuestrada, violadas y preñadas en los toldos, como consecuencia de los malones, o fueron forzadas a transitar la "rastrillada de los chilenos" para ser vendidas como esclavas en Valdivia.
Actualmente, la batalla es por la propiedad de la tierra y sus recursos, y pretendiendo derechos "ancestrales", las agresiones se perpetran sobre espacios de alto valor económico y cultural, como por ejemplo la zona del lago Mascardi, Vaca Muerta o Loma de la Lata.
Además, debe dejarse asentado que las tendencias oficiales se ponen de manifiesto, más o menos veladamente, en favor de estos modernos invasores que hasta cierto punto han perfeccionado una metodología "ocupa", o un mecanismo de usurpación, que se combina con diversas acciones violentas, estrechamente emparentadas con el terrorismo, que perpetran grupos extremistas a ambos lados de la cordillera, y en la misma línea de las verbalizaciones de la diputada Miriam Bregman, llegan a renegar incluso de nuestra historia, nuestros héroes y nuestros símbolos patrios.
Decía también entonces que se trata de "un fenómeno que, por integrarse al parecer en el contexto de un movimiento continental, en su momento ya hizo pie entre nosotros, centrado evidentemente en el filón dorado que encarna el Iberá con sus millones de hectáreas, santificadas por la ecología y todas sus vinculaciones sociológicas, emocionales y territoriales, porque lo que viene a estar en juego en última instancia, porque las proclamas podrán ostentar los colores de una reivindicación de derechos ‘originarios’, pero estamos en presencia de una disputa visceral en defensa de nuestro territorio".
La ideología juega como aliada de todos estos asociales que, fogoneados desde el poder, enuncian consignas con las que en apariencia se exaltan valores nacionales, solidarios e inclusivos, pero en realidad encubren un ataque solapado contra nuestros derechos, particularmente a la propiedad privada, vestido tanto con ropajes pretendidamente indigenistas como del populismo más ramplón.
El terreno de las analogías tiene mucho más para dar en esta cuestión, porque así como las complicidades y debilidades con el malón se daban en todos los niveles y ámbitos sociales, motorizando negocios oscuros y edulcorando los temores e ingenuidades de quienes pactaban con los indios en vez de tomar el toro por las astas, ahora se escuchan diversas voces que creen o pretenden ver en las agresiones de los mapuches, una búsqueda de justicia que debiera ser respondida con acciones reparadoras. En otras palabras, ceder alegremente a todas sus pretensiones.
Creo que ese y no otro es el objetivo posible para esas "mesas de diálogo", que muy en el estilo de Salomón, de producirse, siempre terminan otorgando algo a quien no tiene ningún derecho legítimo. Y cuando el problema llega a los tribunales, hartas veces nos encontramos lo que podría llamarse "meteorología jurídica", veletismo que orienta los estrados hacia donde soplan más fuertemente los vientos o, en otras palabras, la política del tornillo que aprieta para abajo pero afloja para arriba.
Para terminar, mientras otros pueblos reflexionan sobre su pasado acuñando una épica, nuestra actualidad se refocila, honesta o livianamente, hurgando en las llagas nacionales de la historia reciente.
Reitero que en tanto hablemos de la asombrosa incorporación territorial a nuestra Nación, lograda por Adolfo Alsina y, muerto éste, llevada a su término por Julio Argentino Roca, fue mucho más una batalla contra el desierto, entendido como un espacio que se quiere hacer habitable, que contra los seres que lo poblaban.
Sin embargo, más allá de sus anhelos y concreciones, aún subsiste harto espacio vacío como para seguir alimentando ambiciones ajenas.

Junta de Historia de Corrientes