
Junta Histórica de Corrientes
Andresito, otra vez
Misiones, en definitiva, le debe más a los correntinos que a ningún otro, porque también tuvo en su momento que desalojar a los paraguayos en sus invasiones sobre la banda del río Uruguay.

Los años numerosos y decisivos de labor docente me evangelizaron para reivindicar como eternamente válida la proposición cervantina de la historia como maestra de la vida. Maestra tanto para el bien como para el mal, porque si la enseñanza que puedo extraer de ella me impulsa a obrar bien, por contrapartida también puede hacer lo contrario. En otras palabras, si la historia en la que puedo abrevar es verdadera, buena y bella, es de esperar que fundamente buenas acciones, el caso contrario no merece mayores explicaciones.
Pero ¿qué pasa con las falsas historias, con las tergiversaciones, las fabulaciones, las historias inventadas, que son tan comunes en la actualidad y que las redes han potenciado al máximo?
Tomemos, por ejemplo, la llamada "historia oficial", que en su momento fue la visión del pasado argentino instaurada no por Bartolomé Mitre, como han simplificado para las masas ciertos sectores académicos, pero sobre todo políticos, sino por los pensadores de la Generación del ‘80 en bloque. Que Mitre haya sido o no su principal historiador no justifica creer que estaba solo ni que era el único y último en su género. Que encarnó el pensamiento de toda una época a tal punto de erigirse en su figura emblemática no basta para tratar de entender que no llegó a esa posición ni de forma casual ni en solitario.

Del mismo modo, la masa de los historiadores actuales detentan su propia representatividad y representación. Solamente que no son tan únicos ni excepcionales como él. Presumiblemente porque hay mucha más competencia y el estudio de la historia ha experimentado un lógico proceso de desenvolvimiento, el cual cada quien analizará en más o en menos.
Lo que juzgo interesante de ese proceso es el modo como el héroe de ayer puede haberse convertido en el villano de hoy, y viceversa. Porque desde que los revisionistas eligieron a Mitre como pato de sus bodas con la Historia Nacional, desde que el peronismo se les asoció ideológicamente buscando empoderarse una historia propia y, especialmente, desde que el momento cenital de esa construcción escogió como génesis la Guerra del Paraguay y las retóricas expresiones vertidas hablando de una "triple infamia", al tiempo de devolver trofeos de guerra a la Nación hermana, la figura de Mitre sufrió un proceso de demonización análogo al que por aquellas mismas épocas optimizaba la reivindicación febrerista de Francisco Solano López.

Estamos hablando de cuestiones generacionales. A pesar de todas las facturas que ya en vida se le pasaron por su actuación en la guerra, el prestigio de Mitre cuando fallece en 1906 era inmenso. Solano López, por el contrario, nunca fue más denostado que por los supervivientes y sucesores inmediatos de los que atravesaron la conflagración.
Interpretar esto requiere enfrentarlo mediante un pensamiento histórico capaz de aceptar que no podemos aplicar las categorías del presente al pasado, y en especial a un pasado que cada vez se torna más remoto.
En particular, no podemos ni debemos abrir juicio ni guiarnos por nuestras filias y fobias. "Me gusta" y "no me gusta", le están vedados al pensamiento histórico. Con lo que llegó hasta nosotros, siempre fragmentario, siempre incompleto, podemos intentar entender, explicar, pero no acusar ni tampoco justificar.

Y esa conversión de héroes en villanos, esa incineración en efigie, ese desenterrar muertos y derribar estatuas, ya que no queda otra, homologado con cientos de miles de páginas dedicadas a tratar de satanizar hoy, al que fuera poco menos que un dios ayer, implica una visión más cortoplacista del pensamiento histórico, tratando de reducirlo a los límites más estrechos -temporalmente por cierto- de la llamada "memoria", que por su misma naturaleza tiende a desestimar todo lo que sobrepasa el lapso vital de los involucrados. Período en el que adquieren estatura esencial los conocimientos y recuerdos del que recurre a ella y revisten todo su valor las "primeras versiones", ese fenómeno que hace que lo que leímos o nos contaron (contar=cuento) por vez primera, tiende a adquirir una carta de ciudadanía difícil de desestimar. Por eso es que es tan pero tan importante validar lo que se aprende en la escuela primaria, porque deja una marca poco menos que indeleble en la memoria.

Y, dicho esto, pasemos a ocuparnos de ese eterno retorno de Andresito, que da nombre a esta nota y que enlaza especialmente con Bartolomé Mitre, que fue el primero en hacerle un lugar en la historia, en su obra sobre el general Manuel Belgrano. Desde luego que lo pinta como un villano. Nada distinto a como lo percibieron los correntinos. Sólo hace muy poco comenzó a operarse esa transmutación que partiendo de la leyenda del forajido remata en el mito del héroe primigenio, que hoy por hoy se busca poner en primera fila al lado de Güemes, al que los salteños están apostándolo todo para convertirlo en un tercer mosquetero, nada menos que a la par de Belgrano y San Martín.
Como sea, harto he escrito y hablado sobre el Teniente de Artigas, por lo que para poner en valor este retorno, voy a referirme solamente a tres cuestiones.
La primera que me interesa tocar, es el problema de las imágenes.
No hay ninguna imagen de Andresito. No sabemos cómo era, al igual que sucede con un sinnúmero de nuestros próceres, comenzando por los padres de San Martín, pese a lo cual la percepción artística, entiendo que devota, admirativa de una artista, se ha fogoneado a un punto tal que esos presuntos retratos están entronizados hasta en el Templete de Yapeyú.
La imagen -diríamos icónica- de Andresito, con la que se inicia el mito iconográfico, entiendo que es la ilustración que en 1945 publica el gran músico santotomeño misionerizado, Lucas Braulio Areco, en el libro de Mario A. Herrera, "La provincia de Misiones. 1812-1832".
La segunda cuestión sobre la que quiero explayarme de nuevo es la relación filial entre Andresito y Artigas. Al respecto, Andresito era uno de varios caciques a los que el "Gran Oriental" les había dado el apellido para que pudieran "sacar chapa", costumbre que él imitara de los caciques charrúas. Eugenio Petit Muñoz ha analizado la relación entre Artigas y los indios. No me extenderé más allá, salvo para señalar que -y eso lo puede corroborar quien se tome el trabajo de hacerlo- en la relación epistolar entre Artigas y Andresito no hay indicios de un trato filial de padre a hijo, de hijo a padre, como cabría esperar. Simplemente es una vinculación escrita de un superior con un subalterno y a la inversa.
La tercera cuestión que me interesa desmitificar es la especie de que gracias a las luchas de Andresito en pos de la soberanía, Misiones es hoy una provincia argentina. De allí devendría su homologación con Güemes como defensor á outrance de una frontera.
No me queda otra alternativa que sostener que es una proposición falsa. Andresito fue derrotado, aprisionado y muerto por sus enemigos, es absurdo aseverar que, en definitiva, fue él quien logró sus objetivos porque las que fueran Misiones Orientales, hoy son territorio del Brasil.
Es más, si los lusitanos no se quedaron en la banda occidental del río Uruguay, no fue por obra de Andresito, las causas, en algún momento cabrá analizarlas, pero entiendo que son parte de un proceso histórico diferente.
La mejor prueba de que la soberanía argentina en esa región, no dependió del batallar de Andresito, es lo que sucedió donde él triunfó sobre los paraguayos, en la banda del río Paraná.
Los paraguayos, que sí estaban interesados en ese espacio geográfico, avanzaron ocupando territorio correntino hasta la Tranquera de Loreto, en proximidades de Ituzaingó, extendiéndose desde allí hasta el Aguapeí. Y recién fueron desalojados definitivamente de esa usurpación durante la Guerra del Paraguay, cuando el coronel Reguera, correntino, cumple la orden de León de Pallejas: "Vaya y recupere lo que es suyo". Había pasado más de medio siglo desde que Andresito derrotara a los soldados de Gaspar Rodríguez de Francia en Candelaria, en 1815.
Misiones, en definitiva, le debe más a los correntinos que a ningún otro, porque también tuvo en su momento que desalojar a los paraguayos en sus invasiones sobre la banda del río Uruguay.

Junta de Historia de Corrientes