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Jorge Enrique Deniri

Junta Histórica de Corrientes

SEGUNDA PARTE

Roca: de la construcción a la disolución del país

Me veo obligado a tratar de conceptualizar los términos que empleo, porque también en el terreno del lenguaje, es notorio cada vez más el creciente divorcio entre lo que decimos, lo que creemos estar diciendo y lo que nuestros interlocutores escuchan, o creen escuchar efectivamente.

CLEMENCEAU.

Carlos Nino publicó en 1993, el mismo año de su muerte, "Un país al margen de la Ley", tratando de explicar el subdesarrollo argentino en su relación con la anomia, entendida esta no tanto como una falta, una ausencia de normas, de leyes, sino en el sentido más lato del vocablo, como un "estado de desorganización social", y ese estado, no "como consecuencia de la falta" de normas sociales sino como la "incongruencia" de estas, por sus contradicciones y falta de relación lógica y de coherencia entre las ideas, las acciones y las cosas.

 Y eso sin parar mientes en la intencionalidad recta o aviesa de lo expresado. En otras palabras, pienso una cosa, escribo otra y se entiende una tercera. Un verdadero galimatías, al que los contenidos legislativos aportan lo suyo, porque, conviene decirlo, somos un país con un auténtico furor, una manía legislativa.

Tenemos una cantidad de leyes verdaderamente sideral, por eso es que tantas son letra muerta, por eso es que tantas leyes buscan asegurar su existencia, derogando, por las dudas, en caso de existir, toda norma anterior que se le oponga total o parcialmente. En otras palabras, no sé si hay algo en contra, pero por las dudas está derogado.

Tal vez ese absurdo sea consecuencia del enorme aporte abogadil a ese gigantismo legislativo. Aprovecho aquí, para señalar que un ligero paneo, por ejemplo, de los primeros mandatarios, de los presidentes que hemos tenido, muestra que, por abrumadora mayoría, el que no fue militar, no vistió un uniforme, tuvo una formación en derecho, fue un abogado.

Esa proliferación de jurisconsultos, que yo extendería a los aparatos de gobierno, que según, el momento, también se saturaron de uniformados, conlleva una paradoja, porque somos un país donde las únicas leyes que se cumplen son las que están respaldadas por el uso de la fuerza. Dicho de otra forma, no cumplimos más leyes que las que estamos obligados a cumplir. No estoy hablando de que nos pongan una pistola en el pecho (y eso también ha sucedido), sino que son raros los ciudadanos que hacen las cosas por las buenas, salvo que los endulcen con algo.

Estoy pensando en, por ejemplo, aquellas ventajas impositivas que se otorgan, malamente, porque se hace para juntar un poco más de plata en momentos críticos y no porque realmente se quiera otorgar un beneficio, con los pagos anticipados, y así y todo, es sabido que guarismo más, guarismo menos, el pago raramente supera el 40%. El resto evade. Claro, hay que recordar que, a diferencia de lo que sucede en los estados en serio del mundo, se paga sin esperar contraprestación alguna. Uno sabe que su dinero va a parar a un pozo negro.

Y este estado elefante, para el que los que gobierna son todos bazar, ya era así en la época de Roca. Cuando el célebre Georges Clemenceau visitó argentina hacia 1910, y con su característica rudeza dijo que este era un país que crecía de noche, mientras el estado dormía.

Pero transcurridas tres décadas de Argentina al margen de la Ley de Nino, ya no se trata tanto de analizar el problema de nuestro subdesarrollo, sino de empezar a pensar en la simple supervivencia, porque el Leviatán ha crecido demasiado, porque el ciudadano de a pie está cada vez más indefenso frente a las demasías de los que se apoderaron del estado, y a diario vemos que la demolición del sistema normativo, no es sólo el producto de un sinnúmero de acciones aisladas, sino de un ataque desde la cabeza misma del poder.

¿Qué quedó del Orden y Progreso que era la consigna de Roca? Un orden que fue impuesto de la única manera que parece posible con los argentinos, más bien por las malas, bajándole el copete a cualquiera que pretendiera alzarlo.

Y así y todo, menudearon los timbrazos en los cuarteles y la búsqueda del poder "por la vía rápida", en el 80, en el 90, en 1905. Finalmente, se logró una suerte de estabilidad que volvió a quebrarse en 1930, 1943 y en el largo, amargo después.

Pero con el progreso fue otra cosa. De un país levantisco y analfabeto, que importaba hasta la harina para hacer su pan, que movía sus mercaderías en carretas, que valoraba el cumplimiento de la palabra, porque, claro, ¿de qué le sirven los papeles al que no sabe leer y escribir? Se pasó a una Nación que en cosa de treinta años tenía rieles, locomotoras y vagones para tirar para arriba, que producía cereales y carnes de primera calidad y se enriquecía con su exportación, que engulló una cantidad de inmigrantes sólo comparable a la de Estados Unidos, que fue la primera en el mundo en acabar con el analfabetismo, que desarrollo un sistema hospitalario público de excelencia, que uniformó una policía federal que tenía el más alto índice de resolución de delitos del mundo.

Una Nación tan orgullosa de sí misma como –algo también único– para dar varios días feriados en homenaje a su gran Revolución emancipadora. Como para que la vara mundial midiera diciendo "rico como un argentino", como para que nuestro Congreso fuera comparado con el Senado romano, como para que no se pudiera caminar por los pasillos del Banco Central, atiborrados de lingotes de oro.

Claro que todo eso, y mucho más, no se hizo sin pisar algunos callos y sin que algunos sinvergüenzas intentaran o hicieran su agosto. La corrupción ha existido, y seguirá existiendo siempre. El tema es que la corrupción es como el cáncer. Se puede convivir por un cierto número de años con ella, ya los "medicamentos" cada vez estiran un poco más los plazos. El problema es que por encima de cierto nivel de propagación, de metástasis, la muerte es inevitable. Naciones hubo, mucho más antiguas y consolidadas que la nuestra, que desaparecieron sin dejar rastros, la corrupción, ese cáncer de los estados, las aniquiló.

Pues bien, ¿quién puede dudar que atravesamos una etapa verdaderamente terminal de la corrupción en nuestro país? Y que, como una consecuencia de ello, experimentamos una sensación de licuación, de disolución nacional.

Si en la época de Roca, con corrupción y todo, el empuje y brío de los argentinos era tal que parecían dispuestos a llevarse el mundo por delante, hoy ya hay gente que hace mapas donde la Patagonia figura como suelo "mapuche", otros mapas circulan, donde la provincia de Formosa está dibujada como territorio paraguayo, los hielos continentales como suelo chileno, la Antártida Argentina como un puñado de "curuicas" bajo distintas banderas, y las Malvinas, bueno, creo que el único lugar donde no ponen "Falkland" es donde nosotros podamos leerlo y armar lío.

"Venga y sírvase", intoxíquese mirando qué parte del mapa de Argentina le gustaría apropiarse. Si no le alcanzó con lo dicho, acuérdese que los chinos ya tienen puestas sus garras en una provincia del Sur, las flotas pesqueras de diez naciones están "limpiando" el mar argentino, y las mineras, calladamente, vacían cada vez más el subsuelo. Para peor, el Gobierno acaba de caer más profundamente en manos del imperialismo chino, vendiéndose a una membrecía de los sometidos a "la ruta de la seda", entregando vaya a saberse qué parte del país al nuevo usurero internacional, a cambio de un monto que sabe impagable y que sólo prolonga su agonía.

Para terminar, "En Unión y Libertad" era el lema que la Asamblea del Año 13 hizo acuñar en las monedas de oro y plata, en la ceca de Potosí.

¿Unidos? Tal parece en realidad que la grieta es cada vez más profunda y de ella se van desprendiendo un sinnúmero de fisuras menores. Sin una voluntad, colectiva tan tácita que ni siquiera requiera ser enunciada, la unidad es un argumento retórico, como demasiadas veces en nuestra historia.

¿Libres? La libertad es una decisión que cada uno de nosotros debiera enfrentar cada mañana al mirarse a los ojos en el espejo del baño para proclamar ¡Hoy voy a ser Libre! ¡Hoy vamos a ser libres! De otra forma, hay que ir entrenando los pulgares para que los que se vayan últimos apaguen la luz.