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El marketing de la manzana y la serpiente fascista

Hechos recientes ocurridos en el ámbito universitario dan cuenta de algo cuyas implicancias escapan a la mayoría de la sociedad, aunque sea esta quien termine sufriendo sus graves consecuencias, las cuales ya se vienen percibiendo hace años para quien sepa ver, y obviamente están operando sobre la realidad cotidiana.

Sebastián Barbará (*)Especial para época

El hecho evidencia cómo la institución máxima de enseñanza e investigación ha sido colonizada por la insensatez de un idealismo vacuo, resignando la racionalidad como elemento de análisis de la realidad y diseño de acciones sobre ella. Es algo que excede conceptos inherentes a la universidad, como la libertad de cátedra, y que socava los cimientos mismos de esa institución, en tanto espacio de formación científica y de carácter crítico y universalista, para reemplazarlos por el castillo de naipes de los teoricismos e idealismos pseudocientíficos de la posmodernidad que no aportan nada en concreto pero fascinan con su verborragia, sobre todo, a quienes son incapaces de comprender las ciencias y proceder con inteligencia frente a la realidad, y que por ello se atrincheran en sofismas relativistas que florecen en el humus de la inmadurez, los fideísmos y el espíritu gregario.

CREEN QUE LOGRARÁN MATAR A LA SERPIENTE PROHIBIENDO LA MANZANA Y, EN TAL EMPEÑO, PROPUGNAN Y PROMUEVEN EL CONSUMO DE LA MANZANA DE CERA CON QUE CREEN HABER SIDO NUTRIDOS, CUANDO SE VEN RAQUÍTICOS E INTOXICADOS.
CREEN QUE LOGRARÁN MATAR A LA SERPIENTE PROHIBIENDO LA MANZANA Y, EN TAL EMPEÑO, PROPUGNAN Y PROMUEVEN EL CONSUMO DE LA MANZANA DE CERA CON QUE CREEN HABER SIDO NUTRIDOS, CUANDO SE VEN RAQUÍTICOS E INTOXICADOS.

Que un docente deba disculparse por un chiste nimio en clase – si algo caracteriza a los autoritarismos es su intolerancia al humor – y que se le haya iniciado una causa penal por tal motivo, exigen plantear el peligro que representa para la sociedad un contexto que habilita y promueve dichas acciones. En su origen están ciertos postulados de pedagogos posmodernos, como el que sitúa a docente y alumno como iguales en materia de conocimientos, que al chocar contra la refutación de la realidad busca validarse por otras vías; por un lado, desdibujando la formación docente; por otro, deificando la figura del alumno y atizando rebeldías acríticas contra profesores que, imposibilitadas de operarse a través de la razón, se ejecutan mediante la denuncia y la censura de cuanto pueda ser motivo de acusación ante los inquisidores de la corrección política. Otro ingrediente de la peligrosa coyuntura es la absolutización de los derechos disociados de las obligaciones que conllevan, que ha derivado en confundir el derecho a la educación con el derecho a aprobar un examen o a graduarse; así, se cuestiona al profesor que aplaza y no al alumno que no estudia o no comprende – y no sabe – por lo cual muchos aprobados o graduados responden a la necesidad de autopreservación del docente. Es la democracia observando, impotente, cómo sus sujetos la destruyen desvirtuando o pervirtiendo la esencia de sus elementos constitutivos.

Por otra parte, las ideologías posmodernas tienen a la universidad prisionera de sus fantasías, la han vuelto incompatible con el mundo real. Ya no es una institución crítica, porque quien critica la realidad o los delirios rayanos en la locura que la corrección política plantea como ideal de realidad, está destinado a la persecución y la condena moral, por mucho que la razón lo asista. Poco importa la coherencia entre discurso y realidad, la supervivencia depende de la capacidad de avenirse a los dictados de los idealismos, porque su carácter irracional es imperceptible para la mayoría; sobreviven quienes se dedican a replicar los dislates y prejuicios de la corrección política, expulsando a la razón y la realidad por las ventanas.

Se ha cambiado la dialéctica por el discurso único. El conocimiento ha dejado su lugar a las utopías personales o colectivas; lo sensible desplazó a lo inteligible situándose en un mismo nivel o incluso superior. No importa lo que el alumno sepa, sino qué siente frente a determinada cuestión. A nadie escandaliza que no sepa escribir un texto coherente mientras esté fascinado por el lenguaje inclusivo y lo utilice incluso en textos académicos, aún cuando no pueda justificarlo científicamente porque si lo intentara repararía en su ridiculez. Hoy basta con que repita las teorizaciones sin sustancia que lo avalan desde lo afectivo e ideológico, no desde la razón. Es la misma falta de lógica que hace que toda persona esté hoy, incluso en el ámbito universitario, habilitada a autopercibirse, por ejemplo, como aguará guazú o yacaré, y el no tratarlo de tal – ya ni hablemos de reírse de ello – conlleva persecución legal y escarnio público, aunque la realidad diga otra cosa y la razón sugiera que se trata de inmadurez o esquizofrenia. La universidad, pues, acompaña y se vuelve reflejo de una sociedad que renunció a la racionalidad de la madurez para estancarse en la liviandad de la edad del pavo.

Por todo ello, temerosa y paralizada, la universidad ha resignado su autonomía, y en esa defección también resignó su función de educar en las ciencias para limitarse a validar imposiciones ideológicas, por muy insensatas y contrarias al mero sentido común que estas sean. Está presa de condicionamientos que se ejercen, especialmente, desde el poder político a través de las subvenciones, ya que todo ese pseudoprogresismo ha copado los poderes del Estado gestando una maquinaria perversa que se realimenta y se agranda a costa del buen criterio, la cordura y la propia democracia. En consecuencia, la universidad ya ha pasado a ser un espacio que se aviene a los dictados de las ideologías posmodernas, por muy débiles e irracionales que sean sus fundamentos, y termina por replicar, puertas adentro, los disparates y prejuicios que impone la corrección política, expulsando a la razón y la realidad por las ventanas.

Es, en definitiva, una universidad que ha quedado en manos de los eternos voluntaristas que creen que lograrán matar a la serpiente prohibiendo la manzana y, en tal empeño, propugnan y promueven el consumo de la manzana de cera con que creen haber sido nutridos, cuando se ven raquíticos e intoxicados. Inconscientes de su condición, tienen el firme propósito de hacer obligatoria para todos esa ingesta, convencidos de formar parte de algo trascendente, inmersos en un estado de fascinación que no entienden por sus limitaciones formativas e intelectuales y que les impide ver cómo las escamas les van cubriendo el cuerpo y el veneno va fluyendo en su interior.

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(*) Docente